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YIYA | MINISERIE | TRUE CRIME | 2025 | FLOW | CRÍTICA Por Mauro Patat

Si hay algo que nos encanta en este país es una buena asesina serial con glamour de barrio.

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Flow ahora se mete en la mente, las mentiras y las masitas con cianuro de María Bernardina “Yiya” Murano, la envenenadora más icónica y teatral que dio la Argentina. Sí: la misma que invitaba amigas a tomar el té, les daba charla, sonrisa… y un pasaje directo a la morgue. Y sí, lo decimos desde entrada: la primera asesina serial mujer del país y, además, la inventora involuntaria del sistema POSI antes de que existiera el POSI. Porque cuando sus amigas empezaban a exigirle que ella devolviera la plata que debía… casualmente morían. Una suerte de “pago obligatorio sin interés”: el único sistema financiero del mundo donde, si la clienta reclamaba, la borraban del mapa. El nivel de creatividad económica era tan artesanal que hoy sería case study en cualquier fintech.

La serie recorre su historia desde dos líneas temporales, con Julieta Zylberberg como la Yiya joven (delicada, manipuladora, seductora y venenosa) y Cristina Banegas como la Yiya anciana, encerrada en un geriátrico, contando su versión como si todavía mandara. Entre ellas aparece Pablo Rago como un periodista obsesivo, escribiendo el libro que supuestamente inspira la serie y guiándonos por este rompecabezas donde nunca sabés si Yiya está mintiendo, exagerando o actuando para la cámara invisible de su ego.

La sinopsis va derecho al punto: Yiya es una señora del “barrio bien” que vive de préstamos y favores económicos hasta que sus deudas la empiezan a asfixiar. Cuando llega el momento de responder por lo que debe… prefiere callar bocas con veneno antes que abrir la billetera. La ficción empieza cuando, ya anciana, se entrega al relato de su vida frente a este periodista-espejo, mientras los flashbacks muestran cómo manipulaba, seducía y envolvía con encanto y exclusividad a cada una de sus víctimas. Es un relato que mezcla crimen, narcisismo, clase social, humor involuntario y una oscuridad tan doméstica que asusta más por lo cotidiano que por lo sangriento.

Hay un uso clarísimo del realismo mágico (sí, realismo mágico, no onírico) en escenas que podrían estar perfectamente en una biopic moderna tipo La Veneno. En el estudio de Rago, que funciona como teatro, los personajes entran y salen del relato, hay bailes, coreografías, masitas que vuelan por el aire y momentos casi surrealistas dentro de la cárcel. La serie convierte la mente de Yiya en un escenario vivo donde cada mentira, cada recuerdo y cada negación se vuelven pequeñas obras de revista. Es estético, raro y llamativo: a veces brilla, a veces te saca un poco del eje, pero funciona como concepto.

Las actuaciones son, sin dudas, uno de los puntos más fuertes. Zylberberg está finísima y venenosa, sin perder la humanidad que la hace tan inquietante. Banegas es puro magnetismo, una Yiya vieja con ojos que todavía esconden algo. Rago sostiene la historia con un registro más neutro pero necesario, dándole tierra a un relato que por momentos flota entre la memoria, la mentira y el delirio. La dirección de Mariano Hueter es elegante, precisa, cuidada, y la fotografía retro está impecablemente lograda con una estética setentosa sin caer en el cliché. El guion de Marcos Carnevale busca ir más allá del simple true crime y escarbar en la psicología de esta mujer que convirtió la estafa en estilo de vida.

Pero sí, también hay fallas. Omiten por completo la parte más delirante, mediática y pop del mito Yiya. Falta su etapa de pequeña celebridad del crimen, ese momento donde su mala fama la llevó a sentarse en la mesa de Mirtha Legrand (momento histórico) llevando masitas y ofreciéndoselas a Mirtha EN VIVO. Esa escena sola pedía un episodio entero. La serie también padece su duración: cinco episodios de media hora se sienten cortos para una historia llena de matices y contradicciones. Y está la polémica inevitable: el hijo de Yiya salió públicamente a decir que la serie “no tiene nada que ver con la realidad”. Cuando la familia se pone en contra, el debate ético se vuelve parte del espectáculo.

El equilibrio entre arte, espectáculo y verdad es frágil. La serie es hermosa de ver, pero a veces embellece demasiado una historia que, en el fondo, trata de asesinatos motivados por deudas y necesidad. Aun así, Yiya es fascinante: teatral, oscura, estética, contradictoria. Te agarra por el morbo, te retiene por la actuación y te deja ese saborcito amargo que sólo dejan las historias donde la protagonista es, a la vez, encantadora y letal.


Como las masitas de Yiya. Al ser un TRUE CRIME argentino no le pongo nota, pero es muy buena. 

#Yiya

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