Un escándalo se formó en las redes sociales alrededor de la marca Balenciaga ya que mucha gente consideró como completamente inapropiada desde el momento en qué fue planeada. Muchos de ellos se preguntan a quién pudo ocurrírsele publicar unas fotografías de unas niñas posando con unos osos de peluche que tenían varios accesorios puestos. Sin embargo, muchos de ellos están salidos de tendencias sexuales como el sadomasoquismo y los arneses de cuero.
La campaña estaría siendo acusada de promover la pedofilia y la pornografía infantil. Incluso, habían varios documentos que aparecían en las fotos en donde se defendía estás dinámicas como libertad de expresión.
Los internautas estallaron contra la marca y las fotografías duraron en línea menos de 24 horas. Además, Balenciaga emitió un comunicado disculpándose y explicando que su intención era muy diferente con esta campaña.
Durante años, cada junio se vestía de colores. Las marcas corrían a cambiar sus logos por arcoíris, influencers hablaban de inclusión con brillo en la cara, y hasta los políticos más cínicos publicaban una fotito con la bandera LGTBIQ+ para “quedar bien”. Era el pinkwashing en su máxima expresión: no era amor, era marketing. Pero este 2025, algo cambió. Algo se apagó. Algo se incendió.
Durante años, cada junio se vestía de colores. Las marcas corrían a cambiar sus logos por arcoíris, influencers hablaban de inclusión con brillo en la cara, y hasta los políticos más cínicos publicaban una fotito con la bandera LGTBIQ+ para “quedar bien”. Era el pinkwashing en su máxima expresión: no era amor, era marketing. Pero este 2025, algo cambió. Algo se apagó. Algo se incendió.
Anoche terminé de ver Mazel Tov, la nueva película de Adrián Suar, y todavía tengo los ojos húmedos. No solo por su historia judía cargada de tradición y códigos familiares, sino porque habla de algo que atraviesa a todas las familias, sin importar origen, fe o idioma: los vínculos. Los que tenemos. Los que no supimos cuidar. Y los que aún pueden repararse.
Durante años, cada junio se vestía de colores. Las marcas corrían a cambiar sus logos por arcoíris, influencers hablaban de inclusión con brillo en la cara, y hasta los políticos más cínicos publicaban una fotito con la bandera LGTBIQ+ para “quedar bien”. Era el pinkwashing en su máxima expresión: no era amor, era marketing. Pero este 2025, algo cambió. Algo se apagó. Algo se incendió.
